top of page

Anécdotas

Descubre algunas de las anécdotas sobre Don Eugenio que nos dejan ver su lado humano.

Los grandes proyectos 

Un grupo de empresarios observaba una presentación sobre el crecimiento del Tecnológico de Monterrey en sus primeras décadas. Imagen tras imagen, se contaba la historia increíble de una escuela que comenzó con pocos alumnos en una casa rentada, para mudarse al primer campus universitario que existió en América Latina (Campus Monterrey), y recibir alumnos de todo el país. 

Al inicio, pocos creyeron que se podía crear un MIT en Latinoamérica… menos que fuera en México… aún menos que tuviera su sede en Monterrey (“provincia”). Sin embargo, la presentación mostró que el Tecnológico de Monterrey era una realidad. Al finalizar la proyección, alguien preguntó: ¿Cómo lograron todo esto? Las miradas voltearon a ver a uno de los fundadores que solía ser serio, pero que en ese momento no podía ocultar su sonrisa. Eugenio Garza Sada contestó: “Los grandes proyectos siempre deben comenzar de la manera más sencilla”.
 

Envíalo a caridad 

El armario de don Eugenio Garza Sada mide 2.7 metros cuadrados. Generalmente vestía con camisa blanca y un saco oscuro, a fin de no perder tanto tiempo para elegir su ropa por las mañanas. Solamente tenía dos trajes, y cuando le decían que uno de ellos ya no estaba en buenas condiciones, compraba uno nuevo, y el anterior lo entregaba a su chofer con la indicación: “envíalo a caridad”.

El Franciscano

Agustín Basave Fernández del Valle era uno de los mejores amigos de Eugenio Garza Sada. Se reunían con frecuencia para platicar y jugar billar. Cuando tocaba ir a la casa de don Eugenio, Basave solía decir a los demás: “nos vemos con El Franciscano”. 

Algunos no entendían la referencia, pero Agustín bromeaba diciendo que su amigo Eugenio había hecho un voto de pobreza, pues a pesar de ser uno de los hombres más ricos de México, llevaba una vida austera y tenía un carácter sencillo. Prueba de ello era su pequeña habitación. Desde su punto de vista, don Eugenio parecía más un fraile que un empresario exitoso. 
 

“Yo vendo cerveza”

Eugenio Garza Sada fue uno de los empresarios mexicanos más relevantes de su época, pero era una persona modesta. Evitaba los reflectores, no le gustaba hacer alarde de sus logros, huía de los reconocimientos, y rechazaba las invitaciones para hablar en público. 

En una de las convenciones de Sembradores de Amistad, en la ciudad de Houston, Texas, los empresarios debían presentarse y decir a qué se dedicaban. Cada uno mencionó los negocios que tenía, explicando su tamaño y trascendencia. 

Al llegar su turno, Eugenio se puso de pie, y dijo: “Yo vendo cerveza”; luego se sentó. Los asistentes, que no lo conocían, salieron del evento creyendo que Garza Sada era dueño de algún depósito o tienda, y no el presidente de uno de los grupos industriales más importantes de Latinoamérica.

“Yo vendo cerveza”

Eugenio Garza Sada fue uno de los empresarios mexicanos más relevantes de su época, pero era una persona modesta. Evitaba los reflectores, no le gustaba hacer alarde de sus logros, huía de los reconocimientos, y rechazaba las invitaciones para hablar en público. 

En una de las convenciones de Sembradores de Amistad, en la ciudad de Houston, Texas, los empresarios debían presentarse y decir a qué se dedicaban. Cada uno mencionó los negocios que tenía, explicando su tamaño y trascendencia. 

Al llegar su turno, Eugenio se puso de pie, y dijo: “Yo vendo cerveza”; luego se sentó. Los asistentes, que no lo conocían, salieron del evento creyendo que Garza Sada era dueño de algún depósito o tienda, y no el presidente de uno de los grupos industriales más importantes de Latinoamérica.
 

El jardinero

Eran los años 50, y el licenciado Rogelio Villarreal conducía por la colonia Obispado, en Monterrey. Estaba buscando la casa del gobernador nuevoleonés Raúl Rangel Frías, con la intención de pedirle los recursos necesarios para iniciar el programa del Libro Alquilado en la Universidad de Nuevo León. Como encargado del Departamento de Extensión Universitaria, el joven licenciado notó que la mayoría de los estudiantes no podían comprar los libros de estudio que requería su carrera. Para ayudarlos, propuso que la Universidad comprara los libros, y creara un programa en el que los alumnos pudieran utilizarlos en préstamo, con el compromiso de devolverlos cuando terminaran el curso. Al rector le pareció una buena idea, pero le dijo que no había dinero para el proyecto, aunque le sugirió hablar con el gobernador para pedirle los recursos. 

 

Sin pensarlo mucho, el licenciado Villarreal fue a buscarlo entre las inclinadas calles de la Colonia Obispado, pero se le descompuso el auto. Quedó cerca de una casa en donde había un hombre atendiendo el jardín, quien al ver la situación, se acercó a ayudarlo. El jardinero le dijo que sabía algo de mecánica, que le diera oportunidad de ir por sus herramientas, y después de algunos ajustes, hizo que el auto funcionara. Mientras lo arreglaba, le preguntó al licenciado qué estaba haciendo ahí. Rogelio le explicó que buscaba al gobernador para pedirle financiar el programa que ayudaría a los estudiantes de menos recursos de la Universidad, aunque el costo era alto. 

 

Al escucharlo, el mecánico improvisado le dijo que fuera a la Cervecería Cuauhtémoc, que seguramente ahí lo ayudarían. Le sugirió buscar al señor González Quijano. Al despedirse, el joven Villarreal quiso darle una “propina” al jardinero, quien se negó a aceptar el billete hasta que lo aceptó, abochornado por la insistencia. 

 

Finalmente el licenciado no encontró la casa del gobernador, decidió ir a la Cervecería Cuauhtémoc; nada perdía con intentarlo. Al llegar a la empresa preguntó por el Sr. Quijano, y le pidieron que lo esperara en recepción. Tiempo después el directivo salió a recibirlo y sin dejarlo decir mucho, le entregó un cheque por 60 mil pesos. 

 

El Sr. Quijano le explicó que Eugenio Garza Sada, director de la Cervecería Cuauhtémoc, le había ordenado hacer un cheque por esa cantidad y entregarlo al licenciado de la Universidad que vendría a verlo. Rogelio Villarreal estaba sorprendido, sobre todo porque él no había hablado con don Eugenio. Sin embargo, Quijano le dijo que sí lo había hecho, que era Eugenio quien lo había ayudado con su auto. Para él, esto fue una valiosa lección de humildad y generosidad.

¡No pises el césped! 

Cada semana don Eugenio visitaba el campus del Tecnológico de Monterrey para sus juntas con los directivos. Como la puntualidad era uno de sus principios, llegaba siempre a tiempo para las reuniones. Sin embargo, era día de inscripciones y el Tec estaba saturado de jóvenes. Como los pasillos estaban llenos y el paso cerrado, a don Eugenio se le estaba haciendo tarde para su junta. 

Desesperado, decidió cruzar por el jardín, pero un joven conserje le gritó: “Oye, tú, ¡no pises el césped!, se camina por los pasillos”. Apenado, el empresario cruzó, pero se disculpó con quien lo había regañado. Otro de los conserjes, que ya tenía más tiempo en la institución, le dijo al joven: “pobre de ti, no sabes a quién le gritaste, ese señor es don Eugenio Garza Sada, el dueño del Tec, de seguro te van a castigar”. 

El joven estuvo preocupado el resto del día, hasta que al final lo mandaron llamar de las oficinas. Pensó que lo iban a despedir. Sin embargo, el jefe de ese departamento le dijo: “No sé qué fue lo que pasó, pero don Eugenio me encargó mucho que lo disculpara contigo y que te felicitara por hacer bien tu trabajo. Me pidió también que te dijera que no dejes que se crucen por el césped, está muy bonito y muy rápido se daña”.

Yo solo tengo una cabeza

En buena parte del siglo XX, todavía se acostumbraba que los hombres usaran sombrero, pues era una pieza importante de su guardarropa. Los más afortunados, y quienes se preocupaban por su apariencia, tenían más de un sombrero para poder combinarlos con la ropa que usaban. 

 

Don Eugenio, en cambio, solamente tenía uno, y aseguraba no necesitar más. Cuando sus amigos y familiares le decían que comprara más sombreros, él les respondía que no los necesitaba, y cambiaba su sombrero solo cuando pensaba que el que utilizaba ya no estaba en buenas condiciones. 

 

En una ocasión, su esposa consideró que el sombrero de don Eugenio ya no lucía bien, por lo que le dijo a su marido que comprara otro, pero el empresario se rehusó. Entonces, su esposa prefirió comprarle un sombrero nuevo para que tuviera dos, y se decidiera a dejar el anterior. 

 

Don Eugenio no dijo nada y aceptó el regalo. No obstante, su esposa se dio cuenta de que el chofer traía puesto el sombrero nuevo que le había regalado a su marido, y al preguntarle al respecto, le dijo que su patrón se lo había obsequiado. Al ser cuestionado por su esposa, don Eugenio simplemente respondió: “no necesito dos sombreros, yo solo tengo una cabeza”.

Tienes que hacer un presupuesto

Al igual que su padre, Eugenio Garza Sada estudió en el extranjero, y decidió enviar a sus hijos a escuelas de Estados Unidos. Acostumbrados a tenerlo todo en casa, sus hijos le escribían cartas pidiéndole dinero. A pesar de ser la única persona en la lista de millonarios de Forbes internacional, Eugenio les pidió a sus hijos que hicieran un presupuesto de gastos, pues debían acostumbrarse a usar bien el dinero. “Toda persona que va a gastar algo necesita hacer un presupuesto”, les dijo. 

 

Extrañados, sus hijos de 12 años tenían que hacer un presupuesto mensual de sus gastos, los cuales revisa su padre para enseñarles a vivir sin excesos. Desde una malteada hasta un boleto de tren, todo quedó registrado en sus presupuestos. Para Eugenio la austeridad no dependía de tener dinero o no, sino a un estilo de vida que debía evitar el derroche y la ostentación.

El Vendedor de Montacargas

Antonio Paredes era un Concesionario de la Cervecería Cuauhtémoc que distribuía cerveza. En una ocasión tenía tantos pedidos que decidió ir al almacén a media noche, pues funcionaba durante todo el día. Sin embargo, el encargado le dijo: “¿por qué vienes a esta hora?”, a lo que el señor Paredes respondió que tenía más pedidos, pero el encargado agregó: “y a mí qué me importa, yo me voy a cenar”, y no quería entregarle el producto.

 

Cuando se encaminaba de regreso a su camión, se encontró a un señor que le preguntó, “¿qué haces aquí a estas horas?”, a lo que respondió que venía a cargar pero que la persona del almacén no quiso hacerlo. El desconocido agregó: “ve y fórmate, ya verás que te va a cargar”. Entonces Antonio le preguntó: “¿y tú quién eres?”, como respuesta le dijo que también era vendedor de cerveza. 

 

En efecto, se formó y los del almacén lo recibieron muy bien y lo cargaron inmediatamente. Días después se enteró de que aquel “vendedor” era Eugenio Garza Sada, y quedó sorprendido por la modestia con que platicó con él y por cómo se interesó en su problema y lo solucionó.

bottom of page